En el cuarto piso de un edificio céntrico con amplias vistas a la ciudad y sus sierras, destinado a lavadero y quincho, se remodeló su interior y parte de su exterior para alojar nuestro estudio de arquitectura. Se creó un único lugar de trabajo, rescatando al máximo lo construido para ahorrar costos y poder así aprovechar al máximo los recursos disponibles. Por ejemplo, la enorme parrilla a leña fue transformada en un hogar que cuyo fuego simbolizara el calor del momento creativo. Por este motivo era importante que la altura de la leña fuese  la misma que la altura de las mesas de trabajo.

El énfasis estuvo puesto en las formas, los colores y las texturas. Todo debía ser sencillo, austero y vital.

Se usaron prioritariamente materiales locales, así el uso de revestimientos calcáreos en pisos y mosaicos graníticos de escaleras y halles, fabricados por artesanos locales.

De acabados simples, colores intensos y revoques texturados, la arquitectura del estudio hizo referencia a la arquitectura de Ricardo Legorreta, maestro de los primeros pasos.